Algunas reflexiones a propósito de los dichos del escritor Marcelo Birmajer.

“Los libros fueron objeto de un trato preferencial” escribió alguna vez con ironía Rubén Naranjo al referirse a la biblioclastía que sufrió La Vigil desde 1977.

Las tareas de inventario realizadas por bibliotecarixs tras la recuperación de la entidad, permiten aproximar algunos números: del total del acervo que rondaba unos 55.000 ejemplares, quedaron 35.000 libros. Además, en el depósito de la Editorial Biblioteca había más de 100.000 libros de producción propia. No sobrevivió ninguno. La cuenta es sencilla y contundente.

Los libros fueron apropiados, guillotinados y de a miles ardieron en los hornos incineradores ubicados en el subsuelo de la entidad. Cuando éstos no dieron abasto, eran trasladados en camiones del Ejército para extinguirse en el Batallón 121.

Pero no siempre se pretendió el anonimato; por el contrario, el genocidio cultural requiere de testigos y escenas imborrables. Para ello, se los arrojaba del tercer piso de la biblioteca cayendo sobre la cortada Perkins que recreaba un fuego visible y aleccionador.

La autocensura también dejó sus huellas en la institución: durante los primeros meses de 1976, los libros “peligrosos” eran abandonados en los baños de las escuelas de Vigil, según lo recordara Raúl Frutos quien hasta allí iba a buscarlos.

Qué pensaría hoy este noble bibliotecario si leyera los dichos del escritor; qué podría responderle después de sufrir los interrogatorios dictatoriales como preso político donde mucho se le preguntaba por libros, por sus autores, por la biblioteca, por la editorial… ya clausurada, ya extintos, ya encarcelados, ya exiliados, ya desaparecidos.